Gina Gogin es comunicadora de profesión y
durante varios años ha ejercido la cátedra universitaria. Ahora da el salto de
las tesis y los informes, de los exámenes y las ponencias, a la literatura de
riesgo, más íntima y personal, y ha elegido el híbrido género de las pequeñas
prosas, que no tienen propiamente un argumento ficcional como los microcuentos
hoy en boga, que tampoco poseen en su centro esos párrafos llenos de miel que
llaman "prosas poéticas" y que sin embargo convocan nuestra atención
por la pulcritud de su escritura que combina el lenguaje llano con la anécdota
sabrosa e inolvidable. Van desfilando fogonazos de la vida familiar, intensos,
que adivinamos de un fondo verdadero, con un batiburrillo de acontecimientos
que se nutre de las relaciones sociales allende la propia tribu original. En
este ir y venir de descripciones y acontecimientos va quedando desnuda el alma
aislada en su escritura. Los textos nos ponen sobre nuestra mesa de trabajo una
verdad rotunda e inmensa en la que poco reparamos, nacemos por milagro y nos
vamos llenando de acontecimientos, de sucesos, de afectos y de alejamientos, y
en ese transcurrir, interesante, intenso, único, descubrimos de pronto que nada
nos pertenece, que todo es pasajero, que nadie nos acompaña y que a nadie
acompañamos, que somos sociales por conveniencia, para sobrevivir, pero que la
situación más verdadera del ser humano, más honda, no es la que decía Todorov,
la vida en común, sino la que señalaba Karl Vossler, la infinita soledad de
todos los individuos. (Marco Martos).
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